Sus pasos resuenan por el pasillo, tac, tac tac, mi corazón late al mismo tiempo que sus tacones sobre el mármol. Hoy es el gran día, hoy por fin le diré a Ana que la amo, que llevo amándola mucho tiempo y que sé que ella, aunque se esfuerza en disimularlo, me corresponde. Lo sé por como brillan sus ojos castaños al mirarme de reojo cuando estamos sentados juntos, por el modo en que me acaricia con cualquier excusa y sonríe mientras se me eriza hasta el ultimo pelo del cuerpo. He esperado el momento perfecto y, queridos señores, es hoy.
Las circunstancias son perfectas porque “El Otro” hizo esta mañana la maleta, lo observé desde la puerta del dormitorio; metió dentro su pijama más grueso, sus apestosos frascos de colonia y el ordenador portátil al que no me deja ni acercarme, en fin, todos sus bártulos. Ana lo ayudó, se veía claramente que estaba deseando que se largara tanto como yo, no paraba de meterle prisa y de reñirle porque siempre lo deja todo para el último momento. Él le dio un beso fugaz antes de salir “Te llamo en cuanto llegue a Barcelona” le dijo. Es una frase de despedida vulgar y sin romanticismo. Ese patán no la trata como se merece y por eso no siento el menor remordimiento al pensar en lo que va a ocurrir esta noche. Dentro de nada. Ella cerró la puerta y clavó en mi una de esas miradas cómplices que adoro “Tenemos el fin de semana para nosotros, gordo” Me dijo antes de darme un beso en la frente, coger su abrigo a toda prisa y marcharse. El sonido de sus pasos perdiéndose a ritmo acelerado por el pasillo y después silencio.
Me he pasado toda la mañana preparando nuestra primera velada intima. Primer Paso: Ensayar ante el espejo lo que le voy a decir. Eso ha sido lo más difícil, debo reconocer para mi inmensa vergüenza que las palabras no son mi fuerte, no es que sea tímido, es que sencillamente soy torpe con ellas. En mi cabeza el discurso está claro pero de ahí a soltarlo hay un largo trecho, así que normalmente prefiero permanecer en un discreto silencio que además me hace parecer terriblemente misterioso y enigmático. “Me encantaría saber que estas pensando” me suele decir Ana a veces mirándome por encima de la pantalla de su ordenador. “En ti y solo en ti” quiero contestar yo, pero en lugar de eso aparto la vista y me hago el tonto. Esta situación ya ha durado bastante y tiene que acabar porque además cada vez soporto menos a “El Otro” Ese tipo no pinta nada en nuestras vidas y cuanto antes se vaya mejor. Invierto media mañana ensayando como un cretino delante de mi propia imagen, hasta que al final acabo cansándome de mi cara. El esfuerzo merece la pena, creo que he conseguido construir un discurso convincente, lleno de argumentos pasionales irrebatibles. La pasión, estimados colegas no puede debatirse, se tiene o no se tiene. Una vez preparados los argumentos me ocupo del Segundo Paso: acicalarme. Me gusta cuidar mi aspecto, no voy a negar que soy bastante coqueto y estoy especialmente orgulloso de mi pelo, es tan negro y suave que llama la atención, sobre todo porque siempre lo llevo impecable. “Tienes un pelo precioso” suelen decir las chicas que pasan por casa, eso y que estoy muy gordo. Esto último me parece bastante insensible ya que mi sobrepeso se debe casi en su totalidad a un reciente problema hormonal bastante grave que Ana trata de hacerme combatir mediante una dieta forzosa. Acepto este ultraje porque su
preocupación por mi salud es solo un indicio más de que siente algo por mi.
Hoy es un día crucial, así que me tomo mi tiempo y me aseo a conciencia, para la ocasión le dedico especial atención a mi aseo. Las palabras de amor pesan mucho mas si las acompaña una buena apariencia, triste pero cierto. Tercer Paso: esperar. Una vez hechos los preparativos solo queda esperar su llegada con elegante indiferencia, es el peor paso, porque estoy tan nervioso que podría ponerme a arañar todos los cojines de la casa hasta sacarles el relleno. No lo hago porque eso es mandar el feng sui al carajo y sé que Ana es devota de todas esas pamplinas, pero vamos, ganas no faltan.
Las horas se estiran perezosas y crueles hasta que, por fin, la oigo llegar. Es el momento; me siento en el sofá todo tieso, señorial y elegante como solo yo puedo estar. Añado a tan fantástica mezcla una dosis de indiferencia, que ella no sepa que la espero. Quiero que me encuentre interesante, no patéticamente desesperado, que es como realmente estoy.
Ana cierra la puerta tras de sí con un resoplido de alivio, deja las bolsas de la compra sobre la mesa y guarda el abrigo en el armario de la entrada. Esto forma parte de su ritual cotidiano de regreso a casa “Chico vaya día” me dice mientras va sacando el contenido de una de las bolsas “¿Qué te parece si cenamos prontito y nos vemos una peli?” Al oír esa pregunta sonrió para mis adentros, todo marcha según el plan. Así que ella se levanta y yo la sigo hasta la cocina. Como siempre se abre una cerveza y se sirve unas rodajas de salchichón, le gusta picar mientras va colocando las cosas en el frigorífico. El olor del embutido me encanta, es endemoniadamente tentador pero cuando intento coger un poco Ana retira el plato “Ni hablar, luego la que aguanta tus gases soy yo” Retrocedo frustrado, es cierto que el picante no acaba de sentarme bien pero no era necesario ser tan hiriente, a veces pienso que a este mujer le gusta humillarme y que yo claramente debo ser masoquista.
Con la cocina en orden llega el momento de hacer la cena. Ana abre una fiambrera con un poco de arroz con pollo de hace un par de días, olisquea su contenido un segundo y después arruga la nariz “¿Te apetece?” me dice mostrándome el contenido del cacharro. Eso es lo que me gusta de ella, cuando “El Otro” no está siempre me ofrece cosas exquisitas para comer, me guarda los mejores bocados, autenticas delicatessen. Estos mimos son una prueba más de que es a mí a quien ama, ya que a “El Otro” jamás le hace semejantes ofrecimientos. Cenamos, yo arroz con pollo, ella una repugnante ensalada de hierbajos purgantes. Le encantan esas guarradas, hasta miga pan en el aceite que queda en el bol mientras dice “No debería comer tanto pan, pero un día es un día” Dijo lo mismo ayer y antes de ayer, a mi me parece que su saludable apetito es solo uno de sus muchos encantos pero esta claro que no opinamos lo mismo al respecto. Recogida la mesa sacamos un extraño montón de cosas para picar, desde gominolas hasta nueces. Solemos hacerlo siempre que estamos solos, nos hinchamos de comer porquerías y al día siguiente los dos nos despertamos con el estomago hecho polvo y jurando que nunca más. Una vez reunido nuestro pequeño y extravagante banquete, nos acomodamos y elegimos la película, hoy toca “El violinista en el tejado”. Ana se sabe de memoria todas las canciones.
Aquí estamos los dos, sentados en el sofá delante de la televisión, ella canturrea y yo la contemplo sin atreverme casi a moverme. Estoy a punto de declararme en dos ocasiones pero me falta valor. ¡Es tan trascendental este paso que quiero dar¡ ¿Qué haré si me dice que no? Querré morir y desde que pusieron las mosquiteras en las ventanas lo del saltar al vacío es francamente difícil. La observo encandilado: su suave pelo oscuro. No es tan suave como el mío pero si mucho mas largo, sus delicados labios ocupados en tararear, los dedos finos que tamborilean sobre el tapizado del sofá... Estoy prendado de ella y debe saberlo. Me aclaro la garganta y empujo las palabras hasta la punta de la lengua. Entonces ocurre algo raro de verdad, Ana se levanta del sofá de un salto, alza los brazos y se pone a dar vueltas por el salón como un derviche borracho:
If I were a rich girl,
Ya ha deedle deedle, bubba bubba deedle deedle dum.
All day long I'd biddy biddy bum.
If I were a wealthy girl.
I wouldn't have to work hard.
Ya ha deedle deedle, bubba bubba deedle deedle dum.
If I were a biddy biddy rich,
Yidle-diddle-didle-didle girl.
Da saltitos sobre la alfombra con un envidiable entusiasmo, desafina con énfasis, esta despeinada y sonríe bailando con un acompañante invisible. Decido que yo debo ser ese acompañante y me lanzo tras el vuelo de su bata contagiado con el entusiasmo del momento. Bailamos mientras el extraño hombre barbudo de la tele alimenta a sus gallinas y canta para nosotros. Trato de seguir el ritmo de Ana pero ella me torea y se ríe de mis intentos por alcanzar su bata. “Venga colega” me anima muerta de risa “échale huevos”. Creo que esta chica a veces olvida que por su culpa desde hace cuatro meses no le puedo echar huevos a nada, pero el juego de las vueltas me entretiene y decido no molestarme por el comentario. La película se convierte en una fiesta, cada vez que toca una canción animada saltamos y damos vueltas sobre la alfombra hasta caer agotados, nos miramos a los ojos y ella me besa la nariz “Eres el mejor amigo del mundo” Una mierda amigo, los días de amistad se acabaron, en cuanto acabe la mandanga esta le suelto la charla.
Entenderéis que durante el resto de la película ando con los nervios a flor de piel, entre la trascendencia del momento y una mosca que se pasea por el salón (lo que me obliga a perseguirla por todas partes, porque tengo una sería compulsión por los pequeños objetos en movimiento) paso un par de momentos altamente tensos. Ya estoy harto de estos cantarines que se pasean por la pantalla, harto del ensimismamiento de Ana que hace un rato que ha perdido el interés en mí y sobre todo, harto, hartísimo del goteo del grifo del fregadero que parece que solo lo escucho yo. Pequeños detalles como estos hacen que el instante más sublime se quede al triste borde de la mediocridad, no hay nada más cutre que lo cotidiano. Mi alma es poética por naturaleza, no puedo soportar la imperfección en los momentos álgidos de mi existencia. Decido esperar a que Ana esté más centrada, a que la mosca se vaya a tomar viento y a lograr olvidarme del goteo del grifo…Se me ocurre que voy hacer una locura magnifica, tal vez un poco excesiva, que demonios, no todos los días se le declara uno a la mujer que ama.
La película acaba, Ana se suena la nariz emocionada por el final agridulce y el triunfo del amor en circunstancias adversas. “Ya te daré yo amor” pienso mientras la observo secarse los ojos con la manga de la bata.
Ana apaga la tele, se mete un kleenex en el bolsillo, aumentando de este modo la colección de papel usado que guarda en ellos con la vil excusa de que destrozo las servilletas. No es cierto, solo jugueteo con ellas porque tengo impulsos creativos. Se levanta del sofá con un pequeño y adorable bostezo, se estira, se rasca la espalda. El momento, mi momento.
Como siempre me cierra la puerta del baño en los morros, puedo escuchar su ritual de aseo nocturno, el cepillo de dientes eléctrico que tanto repelús me da, la cancioncilla que tararea mientras se pone sus cremas, el correr del agua de la cisterna. No podéis tacharme de voyeur por este espionaje, técnicamente no estoy viendo nada, solo escucho y no me hace falta ni pegar la oreja a la puerta, Ana es muy escandalosa.
Me escondo detrás de la puerta de su dormitorio antes de que salga. La veo acercase a la cama y quitarse la bata, lleva ese pijama de felpa rosa que hace estática cuando me acaricia y me pone los pelos de punta. Odio ese pijama, se lo arrancaría a mordiscos, lo juro, al menos las mangas. Se mete en la cama haciendo un ruidillo acogedor con las sabanas. Es bastante tarde así que no se va a poner a leer, apaga la luz y entonces yo me deslizo silenciosamente por la habitación, salto encima de la cama. Me pego al calor de su cuerpo, al perfume a listerine de su aliento. Ana se sobresalta, pero en lugar de darme una patada y echarme que es lo que hace “El Otro” me hace un hueco junto a ella y me pasa la mano por el cuello, la baja por mi espalda una y otra vez. Cierro los ojos y me dejó arrastrar por la dulzura de sus caricias sobre mi cuerpo. Es ahora o nunca, tengo su cara tan cerca…Tengo que decírselo, tengo que soltar todos estos sentimientos o explotaré, moriré de amor inútilmente acumulado. Separo los labios, cojo aire, me concentro en las palabras. No puede ser tan difícil, ellos dos eso de hablar lo hacen constantemente y muy listos no es que sean. Entonces Ana se pone a rascarme la barriga y el apocalipsis de la dialéctica se cierne sobre mí. Adiós discurso brillante, adiós a las frases elevadas, a los radiantes sentimientos, adiós a todo.
Descubro que no tengo palabras.
Simple y llanamente no soy capaz de hablar, en su lugar me pongo a ronronear como si tuviese dos meses y después se me escapa un maullidito de placer totalmente ridículo y fuera de lugar. Glorioso, otra vez la he fastidiado.
Ana me coge en brazos y me deja acurrucarme bajo las sabanas, junto a ella y su pijama de felpa, me da besitos entre las orejas y me acaricia la barbilla. El paraíso, queridos amigos, es esto. Por cosas así la amo hasta tal punto que le perdono haberme castrado.
Eso si, en cuanto se duerma me meo en el lado de la cama de “El otro”
N.
Jajajajaja, genial, sublime!!!!! Jajajajajaja
ResponderEliminarGracias, Violeta.
ResponderEliminarMe ha encantado, aunque lo de perdonar el que le hayan castrado no sé...
ResponderEliminarDani
En mi próxima vida quiero ser gato... de Concha!
ResponderEliminarY el relato, sencillamente genial.
ResponderEliminarAsombroso... se lo leeré a mi gato!!
ResponderEliminarQue de castrado nada, es un machote, un asesino de hombres, un tigre!!!
Pensabas que era una gata...
ResponderEliminarIngenioso, sensible, divertido y detallista. Una buena muestra de cuánto nos puede transportar la imaginación... ¡y dentro de qué tipo de personajes! ^^
ResponderEliminarBueno, eso y la afición de Nicasia por las relaciones amatorias de los felinos, claro. ;-)